sábado, 6 de febrero de 2010


Las manifestaciones estudiantiles venezolanas, sus 30 heridos y 2 muertos como consecuencias del cierre de RCTV, son más que una opción política.

Venezuela asiste, incrédula, a la declaración como soldado de la República de todo chavista, malo o bueno y, al maniqueo de un lenguaje colonial, antes y hoy, racista: Los “blanquitos” como sinónimo de un poder económico y social corrupto y, los otros, siguiendo el mismo lenguaje de castas, mestizo, zambo, mulato o pardo como los representantes dignos del venezolano.

Cuando, por un lado, los “apatridas” hablan de violencia policial, incendios de viviendas de sus líderes y ataques a sedes de partidos, y por otro, los “bolivaristas”, de emboscadas violentas repletas de odio, por los “escuálidos”, presentan, al mundo, una sociedad radicalizada y dividida y, a más.

El opositor no es exclusivamente el del Este de Caracas, muchos viven en las “Villas de Miseria” de los cerros venezolanos, compartiendo una crítica situación económica de bolsillo, una inseguridad ciudadana no cuantificable de asesinatos, homicidios y secuestros; la falta de luz, agua, escasez alimentos y un cambio social desconocido; son venezolanos, apremiados, manifestando una extrema situación.

Al desencanto anterior se une la desorientación social revolucionaria: Hermanos de ministros presos por corruptos, el vicepresidente y ministro de la defensa y su señora y ministra del medio ambiente, marcharse por decisiones personales; bancos tachados de corruptos, pero habiendo recibido dinero del gobierno; una economía sin blindaje; las quejas del PCV por la “dedochacia” del comandante a la hora de designar los candidatos a la Asamblea Nacional y, las fotos de la hija del Líder en París viendo, al icono americano, Madona. Ven, en definitiva, un proceso colapsado por las mismas contradicciones vividas en la antes Unión soviética.

La camisa roja, símbolo del nuevo cliente político, tiene miedo de perder la mayoría en las elecciones legislativas de septiembre, y ha comprendido que su conquista no es rectilínea y que ha dado fuerza, inesperada, a los "pitiyanquis".

El miedo y la desesperanza es el común denominador de esas dos venezuelas negadas a perder sus logros, pero también negadas a coexistir. Ello dibuja un drama en el futuro cuando, sólo, uno de ambos controle el poder político.