sábado, 22 de enero de 2011

Venezuela: Estamos en crisis, ¿Te hecho las cartas?


Muchas frustraciones llevan a españoles, italianos, norteamericanos, venezolanos, colombianos, dominicanos, alemanes, jóvenes, viejos, enfermos y sanos, ricos y pobres, a Sorte, la meca de la suerte y el fin del descontento.


Una carretera de tierra fina, flanqueada por altos cañaverales y maizales, les transporta a Chivacoa, el pueblo falda y puerta de entrada a la montaña sagrada Sorte, el mayor centro santero de Venezuela y de la Reina del amor, María Lionza.


Chivacoa, como aduana de Sorte, está repleto de tiendas que venden tabaco para leer el futuro, velas de colores para las buenaventuras y maleficios; fotos del santo José Gregorio Hernández para la salud; del cacique Guaicaipuro para la fuerza; del guerrero Negro Primero para la astucia; del esclavo Negro Felipe para la bondad y astucia en los negocios; de figuras diabólicas veneradoras de Satán para la muerte o enfermedad, de hierbas para atraer la suerte, perfumes para el éxito amoroso, amuletos para ahuyentar los malos espíritus, oraciones para ganar en la lotería, pólvora para alejar la envidia y, el tiempo de brujos y médiums “a la carta” para lograr lo que la sociedad les ha negado: un trozo de felicidad social, un mayor y definitivo empujón para el éxito económico, o la salida de la grave enfermedad.


Sorte, un simple caso del “más allá”, obliga a muchos a pensar en la existencia de inexplorados medios de comunicación social, cultural y económicos heredados y, vigentes en todo el mundo. Impela a pensar que el éxito tiene otras salidas e instrumentos resolutivos de las más perentorias necesidades, instrumentos que no sólo avivan la destrucción del enemigo y la ganancia; sino que siembran y fortalecen la sospecha sobre el vecino, el miedo a levantarse sobre la opresión vívida, la alienación y, la necesidad de un “sustituto” que dé la cara y exorcice la mala suerte que nos han enseñado a decir tenemos.


El resultado prístino y último, que todos asumen, de la visita a la montaña sagrada, es el estar atiborrado de energía negativa, el ser un desecho social que debe entregar su destino, una vez más, a lo desconocido y establecido, para, si es posible, comenzar el tránsito hacia un nuevo empezar y casi un nunca llegar.