domingo, 15 de mayo de 2011

El paralelismo de los Imperios.


El imperio Romano se hizo posible porque creó para el mantenimiento de su agricultura la mercancía más valiosa jamás inventada: el esclavo. Gracias a éstos, mano de obra afín a los casi 3 mil millones de habitantes que viven hoy con menos de 2 dólares, el imperio Romano dio nacimiento a la propiedad agraria, la aparición de los latifundios, el surgimiento de la aristocracia urbana y la consolidación de la República en todo el Mediterráneo.

Así como al imperio norteamericano las guerras le han permitido guardar mejor sus fronteras al desplazar sus ejércitos por el mundo conquistando nuevas fuentes de riqueza, la consolidación del romano fue posible a las continuas guerras púnicas y macedónicas, porque con ellas se encontraba mano de obra con mayor facilidad, se extendían sus fronteras y se recaudaban más tributos. La jurisprudencia norteamericana heredó y mantiene de la romana la clara distinción entre el poseer y ser propietario de la “cosa”, porque ello es la fuente de su filosofía: el comercio de la “cosa”, siempre ayer como hoy la misma mercancía: el hombre.  

La muerte del imperio Romano fue su enorme éxito, creció tanto que no fue capaz de mantener unido todo el Mediterráneo bajo un solo sistema ideológico. La voracidad de sus múltiples conquistas no tuvieron la fuerza de poner límite al crecimiento imperial y, fue esa misma desbastadora ambición la que le ocasionó agitaciones sociales campesinas y urbanas y, como sucede en el siglo XXI, todas las revueltas fueron reprimidas por el ejército, para controlar lo incontrolable: el poder de sus oligarcas.

Pero ayer como hoy, al ser el hombre una mercancía producto de conquistas, se hizo y se hace necesario consolidar todo lo consolidable para el mantenimiento del imperio sin contar con la aparición de fuertes enemigos que hicieran y hacen frente a todo expansionismo. Con la aparición de los enemigos, el manantial de esclavos comenzó a escasear y, aunque el imperio logró encontrar en los mercaderes nuevas fuentes de suministros de esclavos, la demanda superaba a la oferta y el precio de la mercancía comenzó a subir. Al final las transacciones comerciales se hicieron deficitarias para ambas partes porque la mercancía requería un coste de mantenimiento que el oligarca no estuvo dispuesto a asumir.

Así, ayer como hoy, la economía imperial se vio y es sometida a fuertes presiones sociales, a la necesidad de crear nuevos y mayores impuestos, a acrecentar sus ejércitos a través del reclutamiento obligatorio y aceptar nuevas y desagradables alianzas. El colapso ayer como hoy fue y es inevitable.

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